lunes, 27 de abril de 2009

Petardo de Pólvora Mojada




Francisco B. Carrera


Más que almohadillas podíamos habernos llevado hoy una bolsita de plástico para las posaderas. Los ladrillos, reblandecidos del agua que les ha ido calando durante la jornada, no respondían por fortuna al estado del ruedo, que con la necesaria novedad de la lona que lo cubría presentaba un aspecto muy distinto al barrizal de San Miguel, y tras pasarle la esterilla el piso estaba perfecto para comenzar el festejo, luego para que duden de la efectividad de tan sencillo método preventivo. Del festejo en sí podemos decir dos cosas, bueno, dos cosas tan distintas que tendríamos que abrir dos capítulos, el primero con el título que abre, ya que la corrida de Jandilla ha terminado de confirmar el desastre ganadero de los encierros traídos hasta Sevilla para la Feria de Abril, ya ves, lo que decía la sevillana, que los más escogidos mueren en la Maestranza, lo que habrá que saber es quienes los escogen para mandarlos un poquito lejos. Tres toros horribles, uno toreable, uno complicado y uno muy difícil, en dos partes bien diferenciadas por el sorteo. Abriendo cartel y encontrándose el primero de los horribles, Finito de Córdoba dejó las peores sensaciones entre la concurrencia, un cabreo generalizado que Sevilla, que es muy respetuosa, no tradujo en bronca, pero las recriminaciones fueron constantes hacia Juan Serrano, que ayer no puso nada de su parte ni con el primero, un bicho descastado y sin fondo, absolutamente intoreable y que debía haber regresado a los corrales en cuanto evidenció su carencia de fortaleza al salir del caballo, recibiendo las primeras protestas desde los tendidos, y del que el de Córdoba no se quiso hacer responsable, macheteando y solucionando la papeleta con un sainete con los aceros, ni con su segundo, el único toro medianamente válido de la corrida, un castaño con recorrido y codicia al que le cantó un trasteo largo y sin fondo, dejándolo ir y sin aprovecharlo para nada. Ése mismo toro le podía haber tocado a cualquiera de los otros dos matadores que completaban el papel y nos hubiéramos terminado tirando de los pelos de pura delicia, porque la entrega que ambos mostraron con sus adversarios ha sido de manual del buen torero, sobre todo el pundonor del francés Sebastián Castella, al que le tocó el plato de lidiar con el peor toro que se ha visto ésta feria y posiblemente desde hace años en Sevilla, un ejemplar nulo, que entró al caballo con protestas y reservón en banderillas, calamocheando al encuentro con los garapuyeros y dejando ir lo poquito de fuerza que tenía en dos arrancadas a la muleta del galo, antes de protagonizar el más penoso espectáculo que verse pueda en una plaza de toros, un animal débil, derrotado por sí mismo, que se echó en los medios renunciando ya no sólo a la pelea sino siquiera a huir, haciendo caso omiso a los movimientos que en la misma cara del toro tirado le tuvo que hacer Castella para intentar tirar de la casta que no tenía, echándose hacia arriba y dejándose morir sólo, sin estoque, sin apenas haber sido picado, de pura falta de ganas. Puntillazo frente al perplejo y desilusionado rostro de un matador de toros que se quedó sin matar y enorme bronca a los ganaderos, mayorales, empresarios, o a quien corresponda la responsabilidad de éste esperpento que le da la razón al ignorante que cree que el toro es un animal indefenso al que se le tortura en la plaza, mire usted, esto es un animal indefenso y malherido, pero es que esto, se ponga usted como se ponga, no es un toro bravo. Ni ése ni el segundo que le tocó en lote a Castella, el sexto para cerrar plaza, otro barrabás tirando gañafones a Curro Molina y otro manso de toda mansedumbre a la muleta de Castella, que brindó al sol como pudo, intentando solucionar su propia actuación, acicateado por la actuación previa de Morante (capítulo aparte siguiente) y seguramente esperando que en la línea de la segunda parte de la corrida el toro tuviera algo de tranco con el que poder hilvanarle una faena que comenzó a estatuarios muy apurados, cimentándose en La del Amarillo Albero y sacando lo mejor de su torería en una serie inconclusa cuando el toro se rajó a la tercera tanda. Rajado por completo, al segundo muletazo se le iba, huyendo de la pelea, buscando la querencia y tan despistado que ni siquiera encontraba la dirección aproximada de los chiqueros. No había forma de que el francés pudiera ligarle más de dos muletazos, alguno bonito suelto, siempre en la cara y poniéndolo todo de su parte, pero su rival se desentendió de la lidia y sólo pudo esperar a dejarme matar, éste al menos matar, y no morir, para darle a Castella una Ovación breve como agradecimiento a la entrega de que hizo gala, tan en contraposición con la indolencia de Finito, que ya tiene hecha la cruz en Sevilla por todas partes menos por parte del empresario. No es de extenderse mucho en criticar la presentación, el juego y la inexistente bravura de los Jandilla, porque simplemente contarlo da rabia y vergüenza, en lo que prefiero dejarme algunas líneas es en ése capítulo aparte, en eso tan distinto que ayer tuvimos la oportunidad de volver a admirar: la torería de Morante de la Puebla.



Morante brilla con luz propia.
Está claro que Morante no es siempre el mejor Morante, pero incluso cuando no es su mejor “yomismo” es mejor que los demás. No es que esté un escalón por encima del resto de toreros, es, sencillamente, se que encuentra en una escalera distinta. Morante es diferente, es un torero inclasificable, no se puede quedar uno en el marchamo del torero artista ni dejarlo encasillado en el estilo del toreo sevillano, es un torero técnico, lidiador, valiente, con garra y con pellizco, completo a todas luces, y su luz brilla por sí misma en todo momento. Ésta puede ser la Temporada de Morante, ha demostrado que quienes criticaban a veces su falta de compromiso, sus pocas ganas de intentar a los toros con los que no se siente a gusto, están más que equivocados. Si el año pasado tuvo ya grandes avances en su posición de empeño, éste año lo confirma con toda la fuerza, habiendo sabido cuajar de la mejor manera posible a auténticos marmolillos como los que le soltó Zalduendo el Domingo de Resurrección y Jandilla ayer, haciendo uso de sabiduría torera para sacar todo lo posible de un toro que otro hubiera dado por perdido, tomando de la mano al duende y echándolo a volar una vez más. Ayer Morante toreó de verdad, toreó en Sevillano, en Sevilla, en su plaza, con su estilo, a su forma y su manera, ese toreo que es lo mismo en la base que lo que hacían Gallito y Belmonte en los 20 y que ahora sigue volviendo locos a los amantes del buen toreo. Morante ayer estuvo en sí mismo y por sí mismo, con luz propia ante dos toros a los que se impuso con rotundidad, el primero tirando hachazos y con un peligro evidente al que le tuvo que echar dos cojones de torero valiente y le pudo sacar varios lances de torero artista, ajustándose en cada embroque, formando el lío con el capote y lidiándolo a la mejor usanza del peón banderillero, haciéndose un toro a su medida para ponérselo en suerte a sí mismo, él si se consigo… consiguió bordar a trazos gruesos al primero, horrible al que hizo regular, y consiguió bordar con orfebrería fina a un segundo poco más que toreable, mucho peor que el que le tocó a Fino, y con el que acabó por formar un lío que se preveía desde el capote, en el que le enjaretó una tanda a la verónica a la morantina, una media de las de Paula, lo colocó a lo Romero y superó a Chicuelo en las Chicuelinas al paso con las que le forjó un quite que deslumbró y dejó en evidencia a las nada malas que había dejado Castella en su primero. Con la muleta en la mano se puso en Maestro y en torero, apurando la embestida del toro, enseñándole a bajar la cara, dándole la distancia que necesitaba y poniéndolo donde él quería. Moviéndose ahora por sus terrenos, cuando en el primero tuvo que realizarlo todo en los tercios del 5, condicionado por un toro inmóvil, se mostró en un buen Morante, quizá no el más lucido, pero el que sabe hacerse lucir. Desbrozando las hachazos del toro, dibujando trincherillas deliciosas, esculpiendo en su figura posturas de torero puro y abriendo el tarro de las esencias una vez más. Incluso ha mejorado con la espada, y a Romero, Paula y Chicuelo se les unió lagartijo para empujar la mano del de la Puebla del Río para endosarle una media en el lugar perfecto, de efecto rápido y sembrando de blanco los tendidos del templo del Arenal. De no tan rápido efecto fue esta reacción en el presidente, que dejó salir el pañuelo a regañadientes como si le costara el dinero soltar la oreja, un presidente que debía haber sacado el verde al menos en dos ocasiones y haberle ahorrado a Castella el espectáculo del tercero o haber puesto en apuros a Finito al obligarle a lidiar con un toro en el primero, no con la cabra que lo hizo, en definitiva, un presidente que se podía haber erigido, para mal, en protagonista del petardazo, sino fuera porque lo hizo, para bien, en una versión depurada del toreo completo, valiente y artista al tiempo, del Genio Cigarrero: Morante de la Puebla.

1 comentario:

mane dijo...

Amigo Borja, me han gustado mucho tus crónicas taurinas y te doy las gracias por la fotografia con el monstruo de torero que es Manzanares no se si te llegará mis comentarios espero que si si no ya vere de volver a verte un saludo Jose Manuel Blanco