viernes, 1 de mayo de 2009

La de Príncipe sigue esperando a Manzanares


Francisco B. Carrera

Que alguien le dé un toro a Manzanares. Se lo merece, lo lleva mereciendo y ganándose la del Príncipe desde hace ya tres años. Le han dado desde el domingo de Resurrección cuatro tardes y ni una corrida de Toros. No ha tenido toros, al de las dos orejas del lunes se lo tuvo que inventar por su cuenta, como al primero de hoy, un sobrero que remendó el segundo de la tarde, el segundo en devolverse, el segundo sobrero en salir, uno del Serrano que a la postre fue lo único medianamente toreable y con trapío de fuerza, el primero en morir de una estocada, porque al primer sobrero, de Gavira, lo debió de matar el Fandi con la mirada. Tampoco en éste tuvo toro, lo tuvo que buscar, sacarle las vueltas y tirarle de unos hilos que nadie veía para componerle una faena completa, redondeada y basada en el temple con la mano derecha, evitando los aprietos en los que le ponía por el pitón izquierdo. Sin dejarle distancia, comiéndole el terreno y llevándoselo a los medios, consiguió trazarle lances meritorios arrancando del poco recorrido que tenía, siguiendo el compás del toro pero sin dejarse vencer por las preferencias de éste. El trasteo fue breve pero intenso, sin dejar espacio a la quietud, apurando las arremetidas del toro que Manzanares preveía se iba a rajar pronto, y antes de dejarlo que se viniera abajo definitivamente, lo echó abajo él de un estoconazo de la marca patentada “apunto y disparo” al giro de muñeca. Una oreja, un empujón a la del Príncipe, la que ya le tiene ganas a él, de la que él ya tiene ganas, de la que muchos aficionados sevillanos tenemos ganas para su toreo puro, templado, acompasado y cadencioso, al gusto sevillano por mucho que sea de Alicante, inteligente y con argumentos, ése toreo para el que no le dio oportunidad ninguna su segundo, otro desclasadísimo del Puerto que ya, desgraciadamente, tenemos que decir que estaba en el tipo general de los toros que han salido en la feria, porque a la feria le quedan tres arreones, uno más que los que tuvo el quinto, que para lo único que sirvió fue para herir en el pescuezo al caballo que guardaba puerta, empitonándolo tras entrarle bajo las patas como una locomotora con cuernos, pero después ni chicha ni limoná, ni empuje ni fuerza ni casta ni nada de nasa. El silencio de Sevilla no era por la atención ni el respeto debidos a toda faena, como es común, era una contención de rabia y de decepción viendo que el octavo toro que le salía de los toriles de la Maestranza era otro toro de saldo, sin fondo, sin clase y sin bravura, cortito de fuerza tras emplearse tan a fondo en masacrar al caballo y roto en lances por la cantidad de capotazos que lo tuvieron que llevar hasta el Tres para picarlo como mandan los cánones. Un gañafón que, en definitiva, ni dio juego ni ocasión ninguna. Alguno de los asistentes, de los que ya teníamos puesta la ilusión, la esperanza y la confianza en Manzanares, que no defraudó, que trató de lo posible y lo imposible, cometiendo siempre el error muy perdonable de dilatar los trasteos en busca del resquicio que le pueda otorgar su rival para ponerlo en camino, dejamos ver a las claras la decepción solidaria con el torero. Incluso saltó alguna lágrima, incluso algún nudo en la garganta se tuvo que soltar en un comentario a voz de tono entrecortado: “que alguien le de un toro a éste chico, que lleva ganándose la del Príncipe desde hace tres años”…

Y es que tampoco había por donde pillar, siguiendo la tónica general, la corrida de ayer. Al primero, como decía, lo debió de matar Fandi con la mirada. Al granadino le tocó apechugar con tres mulos con cuernos, el primero devuelto a corrales, el sobrero que no le embistió en condiciones ni una vez y que a la tercera tanda se quedó en el suelo rogando por una puntilla, y el cuarto de la tarde herido, debiendo haber sido devuelto a corrales tras dejarse la pata trasera en un revolcón del que le costó un mundo levantarse, atontolinado, y terminando de fracturarse el anca en los primeros compases de una faena de muleta en la que Fandi intentó dejar alto el pabellón, pero no había manera. Lo logró dejando variados lances con el capote en sus dos toros, destacable la larga cambiada de recibo al cuarto y el tercio de quites de doble serie, chicuelina y tafallera, intentando rematar con una revolera en la que el toro se quedó sentado y a partir de ahí fue cuando dijo “aquí me quedo que no quiero jugar”. Con entrega y disposición, Fandila no pudo triunfar como pretendía con ninguno de los animales que le pusieron delante más que en su especialidad del tercio de banderillas. Tirando de potencia física, de improvisación, de ánimo y sintonía con los tendidos, logró dejar dos tercios fenomenales, con un repertorio de violines, moviolas y pares ajustadísimos en estilo puro, en toda la cara, corriéndole hacia atrás y parando la acometida del toro con su sola presencia, demostración de poder que si bien es un espectáculo formidable, también es verdad que tiene un efecto muy negativo, y es que revienta a los toros. Una vez que el burel ve que el torero, a cuerpo, corriendo, le puede, se raja, abandona la voluntad de entrega y llega a la muleta bajo de fuerzas y de moral. En las plazas de tercera las banderillas dan orejas, en las de primera dan ovaciones, saludos en los tercios y aceptación del respetable, pero también es verdad que al pobre en las plazas de tercera le suelen echar mejor ganado que el que pusieron ayer para intentar lo que pudiese.

El que menos empeño puso ayer, o al menos así no lo transmitió, fue el pacense Talavante, al que se le fueron dos toros medianamente útiles, sin haberle dejado absolutamente nada. En el primero se le perdona, debe de perdonársele el intento de trasteo inconcluso a un toro que si no hubiera merecido ser devuelto a corrales según el reglamento, tampoco hubiera merecido llegar a la plaza donde dicen que mueren los más escogidos, y peor que lo devolviesen porque ya no había sobreros y entonces ya nos teníamos que ir para casa, aunque total, para lo que le hizo, hubiéramos estado casi mejor en la feria hablando de las dos orejas que arrancó el otro día. Toreo barato, sin fondo, sin clase, sin argumento, plantando el engaño en la cara del toro pero sin empujar a su respuesta. Aún al segundo le hizo menos cuando mereció más. El más bonito de estampa de la corrida, el que cerraba plaza, el que mejor y más firme se comportó en el peto, el sardo que algunos que lo habían visto decían que podía salvar la tarde, obediente, tardo pero de los que una vez que arrancan repiten si se le sabe obligar, en lugar de lo que hizo Talavante, pegándole trapazos en la cara, sin comprender al toro y sin saber templarlo, dejándole siempre que tocase el pico de la muleta con el que hacía el remedo de torear, para colmo pinchando y dejando un silencio con sensación de hartura en un público cansado que empezaba, de una manera más discreta y desorganizada que el día anterior antes de la revelación de Luque, a desfilar por las bocanas durante la lidia vacía y sin fundamento que esbozó Talavante. A la muerte del toro sólo quedaban los fieles a la Maestranza, los aficionados respetuosos que no estaban deseando de ir a la feria a beber, los que no son ese público ligero de tardes de farolillos más completado por madrileños que invaden Sevilla aprovechando el puente del Dos de Mayo y gente de la provincia que de la que viene a la Feria se acerca a la Plaza, y que esperaban para despedir como merecía a la entrega de Fandi y, sobre todo, para dejarle la última ovación cerrada a un Manzanares que se iba por la de Cuadrillas cuando merecía, desde hace ya tres ciclos, hacerlo alzando los brazos mirando al Paseo Colón.

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