Francisco B. Carrera
Con un ambiente al fin primaveral y en un festejo rápido en su desarrollo y espectacular en su resultado, diego ventura rozó la Puerta del Príncipe en la tarde de Rejones. El ganado de Fermín Bohórquez, que cabalgó abriendo cartel mermado por una colitis ulcerosa, ofreció un desigual juego que condicionó en gran parte las oportunidades de cada uno de los rejoneadores, siendo precisamente a su dueño a quien le tocó el lote más complicado, con un tardón que abrió plaza rajándose desde el primer rejonazo, algo defectuoso, durísimo y aplacador, un puyazo en toda regla el que asestó a su animal un Fermín Bohórquez que se lució con facilidad en banderillas, llevando con sabiduría a un toro cuyo comportamiento conoce a la perfección como buen ganadero. Encuadrado en la más pura ortodoxia del rejoneo clásico, dejando, ahora con suavidad, un par de garapuyos a dos manos de maestro y dos cortas ya peleando contra la desgana del burel. Melero, caballo clásico y de doma elegante, llevó a su dueño a dejar el de muerte entre huesos, deficiente rejonazo de muerte que unido a lo malherido que venía el morlaco desde el de castigo da con el animal en el albero, entre las inútiles rayas de picar. Sainete con el descabello para desanimar al veterano jinete, que intentó venirse arriba recibiendo a portagayola a su segundo, cuadrando un comienzo de faena de banderillas con templanza, en toreo clásico y despacioso, elegante pero sin prestar sacrificio a la emoción. “Sinfonía” en el Albero y “Ópera Flamenca” en la Grada de tejera para componer una breve melodía rematada en otro delicioso par a dos manos, antes de regalarle dos rosas, como an agradecimiento, a un morlaco que se presentó algo más colaborador que su predecesor, aunque sin grandes dosis de bravura. De nuevo es deficiente la colocación del rejón definitivo, lo que le priva finalmente del ansiado triunfo, pero que logra cosechar una ovación cerrada respondida por una merecida vuelta al ruedo de un caballista de pura raza, escuela clásica y sapiencia profunda.
De raza auténtica es el toreo a caballo con mayúsuculas de Pablo Hermoso de Mendoza, que logra en su primero los mejores lances con las banderillas a lomos de Chenel, un caballo ya conocido por los aficionados y que nunca defrauda, muy en torero, valiente y arrimón, sin dejar de ser artista. Llevando al toro efectivamente en un galope a dos pistas abierto y de larguísimo recorrido, dibujando quiebros para un cartel y guiando con inteligencia el empuje del toro. Con una montura de tan alta cuadra, Hermoso borda el rejoneo entre banderillas de muchos quilates. Con Ícaro sale a un cambio de ritmo, queriendo emular a Morante el de Ventura, o el recordado Sármata, amagando con los mordiscos que sellan sus actuaciones pero sin llegar a definirlos. Citando muy de cerca hilvana casi muletazos a un rival que no termina de arrancarse, no queriendo ser partícipe del lío que Pablo Hermoso está montando en el Arenal. Con un rejonazo de muerte ejecutado casi a la suerte de recibir, el toro queda planchado en las tablas de sombra, dando pie a una estampa impresionante cuando el caballo planta su cara frente a la del toro, acariciando los hocicos para animarle a morir en la misma puerta de cuadrillas. Descabello y ovación, a falta de la oreja que se había ganado en la evolución de la faena y que la tardanza del morlaco en doblar no debió de haber arrebatado como hizo, ya que la emoción y el espectáculo no dejaron de estar presentes ni un instante, como no lo hicieron, yendo, al contrario, a más, en la lidia del segundo toro, de rápida salida y parado con maestría por Hermoso, que quiso sacar a uno de los pesos pesados de su cuadra, Silvetti, para el tercio de banderillas, pero apuró tanto la espera al envite del animal que el toro encontró el cuerpo del caballo derribándolo y dejándole un puntazo en el anca a la primera entrada a por las banderillas. Feo detalle el de Tejera al continuar desde el mismo punto el pasodoble nada más salir de nuevo Hermoso sobre Tiziano, con un torero recién herido, porque éstos caballos, señores, son toreros, y un maestro con bastantes plazas en lo alto estaba siendo conducido a la enfermería, y que suene música en tal momento no es detalle de buen gusto, más si se convierte en fallo al no prestar atención a la faena, lo que se notó al no cortar de plano el pasodoble cuando el burel, resabiado, casi encuentra de nuevo a su contrincante. Que en rejoneo el espectáculo y la música están casi garantizados no puede servir de excusa para que durante un lance de apreturas esté sonando un pasodoble como si se tratara de una faena meritoria. Hermoso trata de apurar en demasía las distancias al encuentro, con lo que pone en excesivo riesgo a su cuadra, alecciona más de lo debido al toro y angustia más de lo necesario al respetable. El nombre del siguiente caballo lo predispone a una pelea épica, Espartano, que ataca con dificultad. Muy espabilado y tosco, el toro le gana la batalla por completo, cerrándole los terrenos a la salida de la suerte,. Aspereza en la lidia con las cortas. Agradecido el público al esfuerzo de montura y jinete, no existe lucimiento real en unos pasajes dificultosos que justifique las ovaciones. El primer pinchazo en la cruz de un toro de cara alta y un metisaca estrepitoso anteceden a la entrada de un velado que pone fin a una faena complicada y por momentos vasta que anudó más gargantas de las que es de esperar en un festejo de rejones.

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