jueves, 23 de abril de 2009

Falta de respeto de Victorino a Sevilla

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Francisco B. Carrera

Ésta tarde era la tarde, o se suponía que iba a ser la tarde, la cita histórica, el gesto épico, el día cumbre… la mierda más gorda que se haya podido esperar. El lenguaje se me exaspera porque no hay otra forma de soltar con sinceridad lo que tenga que contar de la absoluta falta de respeto de “Don” Victorino Martín al soltarle a Sevilla en tan marcada tarde la ralea de ganado que nos ha dejado corretear por La del Amarillo Albero, deshonrando con su mansurronería y mala idea no sólo el prestigio del hierro de la pretendida competencia de Miura a la madrileña, sino el nombre del Templo del Arenal. Ha sido realmente patético ver que en un festejo que parecía marcado por los designios de la fortuna para traducirse en tarde de gloria, de anales, de recordar cuando los niños sean viejos, se convertía en un petardazo inadmisible necesariamente olvidable. Todo estaba de parte de la épica, la concurrencia, la disposición de los toreros, el trapío supuesto de los morlacos, pero falló, demasiado, el comportamiento de los Victorinos, que hay que entender que el trapío no tiene porque venir acompañado de la valía, pero también hay que pegarle el tirón de las orejas a los ganaderos que si se arrogan y lucran de su sabiduría en el hermético arte de la alquimia ganadera, deben al menos la responsabilidad de reconocer las maneras para evitar presentar un saco de despojos como el que han tirado en el ruedo de Sevilla.
Y eso que se las prometía felices el soberbio y jactancioso nombre de la primera de las criaturitas, “Estupendo”, que salió rebuscando al de las pipas más que a Morante, que lo paró a lo básico y en lo clásico, a brazos extendidos y doblada la rótula. Sólo hizo algo de honor a su nombre este Victorino en el peto. Quitó el Cid a la verónica tirando de lo tardo que se mostraba, como respondió a los doblones y trinchera de Morante con los que pretendió comenzar una faena a un toro que no quería, largándose a la querencia a la primera de cambio, soltando hachazos de manso, revolviéndose en el engaño y sin nada de recorrido. Parado y mirón, no quiere responder a los toques ni animarse a la lucha que le presenta el de la Puebla, que tiene que entrar a su línea de macheteo rápido confirmando la inutilidad del tosco pivote con cuernos para buscar a su primo y que le diese una espada que tuvo demasiado tiempo en la mano, siguiendo a un ahora gazapón que no se deja cuadrar y dejándole un pinchazo que queda prendido de alguna manera. Duró más la intentona de matar al bichito que la faena en sí, y llega un aviso tras soltarle una trasera desprendida a la que el “estupendo” éste responde aculándose en tablas y sin ganas de echarse. Silencio y algún pito de un ciego o uno que no sabe de toros que ha pagado en la reventa más de lo que le merecía la pena para ver “esto”, que me niego a calificar de Festejo, y en el que de los tres toritos que le tocaron a cada uno sólo pudo brillar el tesón del Cid y partes difusas y destellantes del genio de Morante, que saludó en verónicas largas metiendo en vereda a su segundo, que al menos en la capa se deja algo más, pero que vuelve a la línea desclasada al entrar con la cara arriba al peto y perdiendo manos al salir. Doblando lo templa algo, y con la derecha le lucha las acometidas rápidas. No es su estilo éste, pero Morante se afana, toreando al viento y rezando para que no se arranque ahora el bicho, al que le tuvo que soltar auténticos garrotazos para esquivar sus arreones, directos a los tobillos. No se le puede hacer una faena de las que Morante sabe hacer, vale, es posible que el Cid le hubiera sacado algo, pero señores, es que éste es Morante, aunque no lo parezca, y lo que tiene delante es un toro brusco y entipadísimo en la línea más dura, y se planta a la guerra con un cencepto muy lejano a la tauromaquia del Maestro de la Puebla, que con su gesto inconfundible de decepción reflejando la desgana con la que lo hace, deja una espada en el sitio adecuado pero sin la profundidad mínima, teniendo que esperar a que se amorcille y gastar la segunda de sus tres balas con un descabello correcto para terminar de destrozar las ilusiones puestas por Morante y el Morantismo en una cita que había quien, desde hacía tiempo, veía venirle grande al de la Puebla pero, señores… éste es Morante, y éste sí que es Morante, el que bordando el capoteo en una interminable serie de verónicas de inigualable plasticidad e intachable traza se llevó a los medios al quinto, alzando el vuelo del duende, brillando el punto de la magia, siendo el mejor Morante, como en los delantales al quite entre los dos puyazos sobrantes a un toro al que cuanto menos se le pegase hubiera sido mejor. También por delantales el Cid, contestando a la afrenta a su mando que había reclamado en el cuarto. Muy espabilado, desarrollándose en negativo, en el tercio de banderillas permite sólo a Pepín Monge colocar dos pares correctos, y hasta ahí llegó la cosa prácticamente, ya que Morante, con probaturas a ayudados por alto, teniendo que mantenerse firme en una parada horrible, tiene que seguir a la brega con un toro con codicia de cuerpo. Encuentra algo por el derecho sin poder ligar, se apuesta en lo que puede con el andarín, manso, mirón y traicionero que se le planta. Muy poco más fijo por el izquierdo, le roba algún natural suelto, enganchándole los trastos hasta romperle en dos el estaquillador y gritándole que lo mate, que no le va a dar lidia. Hace intento de ello en un trasteo de colocación tan insufrible como el primero, aún más al ser el espantoso final de la última faena, que pudo vislumbrar alguna posibilidad remota, de un lote en el que se lleva tres silencios y algún pito, como decía, ignorante y de desprecio, pitos que se repiten para el imposible Victorino que cierra el trío de barrabases que se lo negaron todo a un Morante que se emocionó e ilusionó con una cita que no era para él.
Podía ser para el Cid, pero tampoco le fue. No es cuestión de sorteos, no se trata de lotes, sino de falta total de fondo en todo el encierro de Victorino, tanto para el de la Puebla como para el de Salteras, que, voluntarioso, trazó verónicas sueltas antes de ser desarmado por su primero al intentar ponérselo en suerte al picador, al que no quiere entrar dando las primeras muestras de mansedumbre y del que sale perdiendo manos, sin fuerza y derrotando feo en el peto. Protestas agrias del respetable a éste toro con el que empezaba a adivinarse la penosa línea que iba a seguir la corrida. Salió casi sin picar, un toro de Gran Trapío en una Plaza de Primera, vergonzoso, de falta de respeto. Tardo y con maldad pone en serios aprietos a los banderilleros que abandonan los tres pares de rigor como buenamente pudieron. Camina demasiado y de demasiada mala manera en el primer encuentro con la muleta, y de sus arreones se tiene que quitar de en medio el Cid, que le busca el cuajo en una tanda apenas lograda. Otra vez en apreturas, culpa del viento y de lo atento que anda el animal a los movimientos, sólo con desplantes imponiendo su voluntad al altivo rival que no deja ninguna opción para una lidia aseada puede arreglar en algo Manuel Jesús el trasteo. Profunda y desprendida la estocada que tarda en recibir respuesta de éste otro ejemplar de lo que se ha soltado. Antes de que Morante lo bordase en el siguiente, el Cid dibujó el toreo a la verónica al saludo al Primer Toro, a la postre el único casi, porque aunque era ya el cuarto animalejo en salir al ruedo, era realmente el primer toro que se vio en él, que no se empleó demasiado en el peto pero se dejó llevar en el buen quite de Morante, mejor respondido por el protagonista, dándole al fin algo de soltura al pique que debería haber roto esta tarde en una explosión de torería y que se quedó en poco más que esto. Brindó a Sevilla venido a más el gladiador de Salteras y comienza con esperanzas la faena, que toma cuerpo en su proverbial mano izquierda. Pelea a la falta de recorrido y remata por sí mismo, afarolando y con un pase de desprecio antes de redondear al natural, controlando la situación y cuajando con autoridad, en su más puro estilo, sacándole más tramo del que tiene, alargando y tirando de aplomo al lanzar su rival maliciosas miradas a los brillos del terno. Brusqueando y protestón le convence para dar la faena por concluída, sin poder rematarla con el lucimiento absoluto pero dejando lo mejor y más salvable de lo de ésta tarde. Culmina con una efectivísima estocada profunda sin gamuzar que tira rodando a éste “primer toro” a sus pies, a su orden, al mando del Capitán General en que se acaba de erigir el zurdo genio de Salteras, que no pudo encontrar respuesta mínima en un sexto que se mandó a corrales empujado por los ya hastiados abucheos de un respetable que veía que un Victorino iba brincando y sin validez absoluta para la lidia, ni para el capote ni para el caballo ni para hacer filetes, y que deja en su lugar a un sobrero seguramente corraleado que es peor que los peores, Mochudo se llama, atento se mueve, desparramado y desganado en el capote y atropellado en el peto. Sin paliativo ya a éstas alturas el petardo firmado por éste mirón, protestón y tosco que engancha al Cid por el muslo y le empala en las costillas, sin la consecuencia más grave pero dejando sincero aviso de su mala intención y a un torero magullado y hundido en el ánimo. Soso y reservón en banderillas se espera, esperando la franela en manos de Manuel Jesús. Otra alimaña la del Cid para acabar esto que, insisto, me niego a llamar festejo; otra prenda de peligro constante, otro hachetón con vocación de asesino, otra cosa no se le puede decir, un cabrón zaíno que lo busca, que lo encuentra, que se le hace algo más que difícil.. Insuficiente el pinchazo apresurado para acabar con la tortura que termina, por fin, al endosarle una estocada de punto y final para lo que ha pasado hoy en Sevilla, para la vergüenza que se ha pasado entre entradas revendidas a quinientos y pico euros, para ésta ignominiosa profanación al Templo del Arenal.

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