domingo, 18 de abril de 2010

Al toro, capotazos

El pase de la firma lo instrumenta este periódico a la puerta de la plaza de toros, a ver si así algunos se dejan ya de querer acabar con lo que no conocen. El pase de la firma como quite providencial, como capote subalterno que venga a evitar el cornalón de una propuesta que lleva dos enfermerías en las puntas. Contra arrebatos antitaurinos, firmas. Ojalá sirvan estas firmas más que sirvieron otras que, por otras causas, se alinearon en cientos de miles en los folios de la reclamación ciudadana.

La Feria va, como otras veces, dejándonos una de cal y otra de pena. Si sirven los toros, no siempre encuentran a quien les forme un lío, y si alguien trae un lío dispuesto, no sale el toro de los sueños. Han salido buenos toros y buenos toreros, pero no siempre han coincidido. El Juli, del que poco menos decían algunos que su futuro estaba en el Circo del Sol, ahí anda, echando la tarde en abrir los cerrojos de la Puerta del Príncipe a golpe de orejas ganadas a ley y torería. Todo no van a ser capotes lentos como lengua de lava, por más que aquí, a veces, dos y media se paguen —porque lo valen— a precio de oro líquido. Ojalá la Feria se salve por todos, toreros y toros, y que esa faena de bolígrafo a las puertas del coso maestrante sea la mejor faena de la Feria, que necesitamos ponerles un peto autógrafo a las embestidas que vienen dispuestas a tocar campanas en los estribos y a lanzar por los aires telas y castoreños. A ese toro, capotazos; al toro esaborío de los gritos sin argumentos, capotazos de firma, el pase de la firma, y que se vaya abanto a los terrenos de su intolerancia. Que esos que empujan como si los taurinos fueran navajeros no encuentren tan libre el camino, que hora es de hablar, de defender, de firmar, de lo que sea, con tal de mantener una tradición que, amén de su fuerza cultural, es ya pueblo en el pueblo, entidad asentada en la sangre, en la memoria, en la pasión.


A ese toro, capotazos, nada de faena entregando los muslos ni de cruzarse con él —con él, ni cruzarse—, nada de arriesgar para embarcarlo y traérselo embebido desde lejos: capotazos. No merece otra cosa. El mayor lujo que podemos darle a ese toro es el pase de la firma, mucha tinta, toda la tinta. A este toro, como a los toros mansos que sólo saben dar tornillazos y derrotes en cuanto les pierdes la cara, capotazos. Y que traguen firma, mucha firma. Como ésta. Que es lo que más duele.


Antonio García Barbeito (ABC Sevilla 18-04-10)

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